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La noche de Alicia/Giselle

La noche de Alicia/Giselle

Giselle es la obra cumbre del Romanticismo, y resulta para la bailarina, perfección, paradigma interpretativo, técnica de múltiples dificultades. La obra cumple 173 años en este 2014, y todavía conmueve al espectador como ningún otro ballet.

En el BNC mantiene un hálito especial, des­de aquel día memorable de 1943, en que Ali­cia Alonso lo tocaba por primera vez en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Tradición mantenida de generación en generación y “vigilada” de cerca por la Maestra, y otros grandes de la escena cubana que en el tiempo han dejado también sus marcas en ella.

La pieza, con coreografía de Jean Coralli y Jules Perrot, y música de Adolphe Adam, se convirtió en el tiempo, en una de las más importantes realizaciones de la danza del siglo XIX. En Giselle se logra una relación armónica entre música, danza pura y pantomima dramática. Aquel 2 de no­viembre en que la Alonso sustituía a la Már­kova, quedó marcado en el calendario cubano de la danza como el Día de Alicia/Giselle. Y se celebra como tal. Con él, Cuba trascendió por vez primera a la danza internacional y, luego, alcanzó los más importantes galardones. Las visiones poéticas de Heine y Gautier, junto a la inagotable imaginación de los pueblos, se materializan y cobran vigencia cada vez que Giselle encuentra a sus intérpretes ideales.

La noche de Giselle, durante el 24 Festival Internacional de Ballet de La Habana, resultó mágica. Las luces iluminaron, en la escena, un ballet transformado en patrimonio nuestro. La experimentada Anette Delgado, como ocurre habitualmente se entregó en cuerpo y alma, sorteando técnica, lirismo, experiencia…, en una función especial. Más que interpretar con excelencia un papel ya clásico en nuestra compañía, demostró la posibilidad de la creación. ¿Una de sus me­jores cualidades? El estilo —es la voz que hoy, en escena, nos une con las antecesoras—, la ma­ne­ra con que se manifestó dueña de los rasgos ex­pre­sivos del personaje. Ni los momentos virtuosos lograron sacarla de situación; y esto dice mucho de su madurez profesional. Junto a ella, Dani Hernández realizó una inteligente y apasionada interpretación del Albrecht en toda su dimensión, destacándose una vez más su labor como acompañante y algunos instantes del baile. Ese día, la inspiración permeó a todo el elenco des­de el primer acto: protagonistas, solistas, cuerpo de baile, y la música, traducida por la  Orquesta Sin­fónica del GTH, dirigida por el maestro Giovanni Duarte,  se afanaron por co­municarle al espectador una vivencia para el deleite y el disfrute, y, sobre todo, regalarle a Alicia/Giselle esta función.

Reverencia aparte merece el cuerpo de baile, y aunque el primer acto fue sumamente homogéneo, algo que no sucede comúnmente, el segundo llegó al clímax, reafirmándose en cada nueva interpretación como una joya, una obra de arte acabada, siendo también protagonista de la historia en el ballet cubano. El Hilarión de Ernesto Díaz, enérgico, se siente en escena y transmite emociones, baila (algo que no sucede con otros intérpretes que marcan pasos), mientras que la reina de las willis alcanzó un instante cimero con una Amaya Ro­dríguez inspirada, de fuerza magnética y un dominio del papel conjugado con la técnica. Vale destacarse la labor de Jessie Domínguez, en Berthe, la madre, quien en su debut dejó profunda estela, convenció, sobre todo poniendo, en todo momento, el drama en juego. Estheysis Me­nén­dez/Dayesi Torriente, como Moyna/Zulma, las dos willis, destacaron por el estilo y un decir danzario de altos quilates. La Bathilde, de Carolina García, recordó por su precisión, finura y garbo otros tiempos del personaje en el BNC. Hermosa función que de­mostró algo importante: Giselle sigue viva a pesar del tiempo.

Autor: Toni Piñera | cultura@granma.cu

 

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