Todavía Yaquelín Negrón Ramos recuerda aquel noviembre de 2001. Le parece una pesadilla porque nunca imaginó que un huracán descargara la furia de su fuerza 4 sobre un municipio apacible y de gente humilde. Era Michelle, el culpable de que dejara a Corralillo prácticamente devastado con un litoral entre ruinas.
Han pasado casi 15 años, y en su relato afloran momentos de tensiones, al describir que muchos de sus coterráneos solo quedaron con la ropa que llevaban puesta debido a esa confianza de no pensar en lo peor.
«Por suerte —rememora— no hubo pérdidas humanas ni accidentes fatales, pero de lo único que se hablaba era de los traumas provocados por el inclemente fenómeno».
Por entonces la joven tenía 30 años, y apenas 12 meses de ejercicio como funcionaria de cuadros y atención a la población en el Comité Municipal del Partido. Bien temprano en la mañana del domingo 12 de noviembre su teléfono sonó para que se presentara con carácter urgente.
«Acudí lo más pronto posible, mas ni imaginaba lo que ocurriría. Alguien me dijo que esperábamos la visita de Fidel, y aquello me estremeció. En medio de las desdichas aparecería un huracán reponedor».
Yaquelín Negrón recuerda cuando vio a Fidel acompañando a su pueblo en los difíciles momentos tras el paso del huracán Michelle por Corralillo en 2001 . (Foto: Ramón Barreras Valdés) Los rumores corrieron de boca en boca. Poco a poco el pueblo se congregó en los alrededores de la sede del Partido, en una espera que pudiera resultar la más larga del mundo.
«Nos repartimos las tareas. Estuve en el área de la recepción durante todo el día, pues desconocíamos la hora de llegada. Recibíamos muchas llamadas en busca de noticias. Cada vez que sentíamos un carro pasar pensábamos que había llegado el momento, hasta que cerca de las 5:00 de la tarde le avisaron a Norma Velázquez Aguado, entonces primera secretaria del Partido en Corralillo, quien junto a Miguel Díaz-Canel Bermúdez, con idéntica responsabilidad en la provincia, y otros dirigentes, salieron para la entrada del pueblo».
En efecto, sobre las 5:10 de la tarde la caravana, procedente de regiones matanceras, traía al líder de la Revolución Cubana.
«Creímos que llegaría primero al Partido, pero los vehículos siguieron sin parar hacia las áreas afectadas».
Sin pérdida de tiempo Fidel y la comitiva se dirigieron al encuentro con los damnificados. El punto inicial resultó la base de campismo El Salto, luego Ganuza, y por último, La Panchita, uno de los sitios más dañados.
En cada momento el contacto con la población, el interés por conocer las secuelas, el optimismo de vencer como el mejor manantial de esperanzas a pesar de las difíciles coyunturas, en un territorio que evacuó a 4420 habitantes, en tanto los reportes consignaban 4931 viviendas afectadas; de ellas, 781 con derrumbes totales, otras 863 de manera parcial, y 396 que vieron desaparecer sus cobijas.
«Ya casi oscurecía, y perdí mis expectativas de verlo, hasta que Noridia Martínez, una compañera que atendía en aquel momento la Cruz Roja, me sacó de la rutina: Yaquelín, míralo ahí. Dos veces lo repitió, y yo estaba turbada. Cuando lo vi ya estaba en el portal del Partido dispuesto para entrar».
—¿Qué ocurrió entonces?
—Algo impactante. Me dio una seguridad inmensa, nos miró a todos y comentó: Sé que están aquí desde muy temprano. Indagó si habíamos comido algo, y acerca del estado de ánimo luego de la fuerza devastadora del huracán... Me dio un beso y dijo: «Hola muchacha, desde qué hora estás aquí».
Fidel entró al edificio y conversó con los dirigentes. Muy preocupado por la atención a los niños en el Campismo, si recibían leche, y si ya los maestros impartían las clases. También preguntó por el funcionamiento de los servicios médicos, y encomió la idea de utilizar las bases de Campismo para acoger a las familias.
«Estaba al tanto de los sitios de mayores afectaciones, con énfasis en los que poseían la prevalencia en la destrucción total de viviendas, sin obviar otros resultados alcanzados por el municipio y la provincia, pero no olvidaré un instante que me dio una fuerza total cuando expresó: “La única posibilidad de que los materiales no lleguen a tiempo a Corralillo es que se derrumbe el puente de Bacunayagua”».
Los teléfonos no paraban de sonar. Al saber que ya el líder cubano estaba en el pueblo colgaban rápido para salir hacia la sede del Partido. La concentración popular era inmensa, a pesar de que la cabecera municipal carecía de fluido eléctrico en su totalidad, y solo una planta alumbraba en la sede partidista.
A las 7:20 de la noche Fidel salía del edificio. Fue como esa luz, en medio de la oscuridad, cargada de energía positiva.
«Me causó mucha impresión que el Comandante, sin protocolo ninguno, fuera al encuentro con los pobladores. La multitud aclamaba, aplaudía… Él caminó y saludó a muchos corralillenses.
Entonces prometió que, en un año, debían concluirse las comunidades para los afectados. Y cumplimos en la gran mayoría de los casos».
—¿Esperabas esta visita?
—Confieso que no, pues habían otros territorios afectados. La gente cambió a partir del encuentro con Fidel. Ya no hablaban de lo que había ocurrido, si no de lo que imponía el futuro para restablecer a un municipio casi perdido. Pienso que era necesaria su presencia, y creo que eso él lo percibió. No hay forma de describir qué se siente al tener a Fidel tan cerca.
Antes de partir de Corralillo sentenció: «Me dicen que me cuide, y la mejor forma para ello es poner la mente y el organismo a trabajar». Y es que la dimensión gigante de Fidel Castro se acrecentó ante el pueblo.
—¿Ha sido el regalo espiritual más grande de tu vida?
—Sin duda alguna, como también el estar muy cerca de Vilma Espín en la Conferencia Provincial de la FMC.
Dos horas y 10 minutos permaneció Fidel en su segunda estancia en Corralillo. La primera ocurrió tras el paso del huracán Kate que no resultó tan agresivo para el terruño comparado con Michelle
A pocos segundos de concluir el periplo, la entonces funcionaria del Comité Municipal del Partido escuchó de nuevo al guía de la Revolución. Esta vez le dijo: «Muchachita, ya te di un beso a la llegada, pero te voy a dar otro».
Yaquelín Negrón Ramos sintió un privilegio único. En medio de un panorama desolador recibió dos besos de Fidel para sanar las heridas del alma.
Tomado del semanario Vanguardia