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Una comunidad sobre pilotes

Una comunidad sobre pilotes

 

 

La fecha oficial de su fundación continua siendo una interrogante  aunque algunos afirman que Isabela de Sagua surgió  con el establecimiento del ferrocarril en 1857, hecho que pondría en dudas el concepto de “Fundación Oficial” que se estableció para Sagua la Grande. En todo caso sería preferible aceptar como fecha oficial el día en que se aprueba el establecimiento de la Aduana en 1844 y se comienzan las exportaciones, haciéndose el Puerto funcional, y con él, la construcción de la primera calle isabelina: Independencia.

En cuanto a su nombre, se manejan dos teorías; una, lo explica teniendo en cuenta que Isabela puede relacionarse con el nombre de la reina Isabel y la otra, se deriva de la voz de los marinos que al llegar a este punto, desde el interior del Undoso, se tropezaban con los vientos marinos, por lo que gritaban: “Iza-vela”.

Un Cayo

En un  fascinante islote de Isabela de Sagua han quedado  grabadas inolvidables historias. Lo fino y suave de sus arenas y la claridad de su fondo marino fue llamando la atención de los pobladores de Sagua la Grande  y  poco a poco Cayo Esquivel, que se conoce y visita desde épocas coloniales, fue convirtiéndose en testigo y escenario  de incontables romances y fascinantes leyendas.

En Cayo Esquivel la vida social en sí, comienza a verse en  1920 cuando un grupo de familias decidió utilizarlo como sitio de recreo, hasta que con las constantes visitas domingueras se establece por fin el conocido balneario de Playa Esquivel atendido por el Yacht Club de Sagua de cuyos muelles en Isabela de Sagua partían todos los domingos los barcos "Zorroza" y "Kismet”.

 

Los picnics eran algo inigualable a todo lo largo de tan hermosas playas y cocoteros. Los concursos de "La Reina de Esquivel" es algo trascendental en la historia de la Villa del Undoso, y la alegría de niños, pescadores y jugadores de dominó daban un toque único a este paraíso cubano.

Para principios de 1950, ya Esquivel era una verdadera ciudad marina muy concurrida con modestos hoteles, tiendas, entretenimientos, parque infantil, botes, balsas y  pesquerías, entre otras  diversiones acuáticas.

Todos los viejos vecinos de Sagua La Grande tienen muy buenos recuerdos de ese Cayo, hoy sin explotación,   que muchos convirtieron en escenario de romances actuales y de entrañables relaciones de amistad.

 

Una más de tantas leyendas

 

Transcurría el año 1888 y la desembocadura del río Sagua lucía con orgullo toda una flora y fauna características solo de esta área donde el tranquilo remanso de aguas dulces se une en matrimonio con el misterioso mundo marino.

 

Juan, se levanta del mundo de los muertos y recuerda con exactitud el jolgorio de ese caserío todo pintado de blanco donde los que lo  habitaban eran felices pescando y haciendo carbón.

 

En Casa Blanca se vivía con el Don de la inocencia y la rudeza del trabajo.

 

Llegó el 4 de septiembre de 1888 y la tranquilidad del mar y el cielo despejado, les jugaron una mala pasada a los viejos lobos marinos. Juan se revuelve en el mundo de las sombras, recordando el siniestro huracán que decidió arrebatar de la faz de la tierra el asentamiento de carboneros y pescadores.

 

Como un reloj de arenas, el día se iba desvaneciendo y lo pobladores de Casa Blanca confiados e incrédulos olvidaron la alerta del Comandante del Puerto Isabelino de buscar refugio en Sagua la Grande. El peligro de un gran huracán era inminente.

 

El sol corre sus cortinas y las condiciones climáticas comienzan a cambiar, y Juan sufre.....sufre porque sabe que todo ese mundo humilde de  casas blancas será destrozado en breve por la furia del mar y de los vientos. Grandes olas se levantaron sobre la indefensa comunidad como castigando la desobediencia. Bastó poco  tiempo para que nada quedara en pie. El silencio, se convirtió en el único vocero  de la terrible desgracia.

 

Solo un niño de 8 años sobrevivió a la tragedia y sobre un pedazo de madera era arrastrado por las olas y el viento.

 

Era Juan, pequeño e indefenso quien iba  acompañado, según cuenta la leyenda, por una mujer toda vestida de blanco con un larguísimo velo parada sobre la superficie del mar junto a su endeble cuerpecito ya sin fuerzas, quien lo condujo a salvo hasta la comandancia de la marina, situada en la punta en Isabela de Sagua, sitio donde fue recogido por varios hombres  al escuchar su llanto.

 

Casa Blanca, quedó desolada y solo Juan, conocido desde entonces como Juan el muerto, podía recordar con exactitud desde el frío  mundo de las sombras lo acontecido en el asentamiento de carboneros y pescadores ese 4 de septiembre de 1888.

 

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